Casi todos los días de la semana me tomo en la estación de mi pueblo, a las 6 de la mañana, el primer tren que sale para Neuquén. Vengo a trabajar junto al malón de los que entramos a las 7.
Quien viaje temprano rumbo al laburo en transporte público sabe y conoce a la perfección la morfología común, el paisaje habitual en todos los bondis y trenes del planeta: viajás con las mismas caras, sobrevuela en tu vida una extravagante sensación de ser familia de gente a la que no conocés. Ni el nombre les sabés: la chica del monopatín, el peñi de las muletas, la señora de las bolsas de tela del súper, el petrolero que se sienta y duerme. Así es, no de otra manera. Y sin embargo en ese cotidiano hay un universo que te contiene. Algún buen escritor o escritora debería redactar algo bonito y profundo sobre esta sensación. Seguro que alguien ya lo hizo.
Pero volvamos al tren de las 6 de la mañana.
Es muy temprano, lo sé, es cierto, sin embargo la mayoría opta por lo que suele elegir el grueso de la sociedad por estos días: agachar la cabeza para mirar el celular. Otros duermen. Es lindo ver a la gente dormir, llámenme voyeurista, fisgón, como quieran.
Yo tengo un yeite cuando subo al transporte público. Mucho más si es un tren. Hay una dosis altísima de romanticismo en el tren, a diferencia del bondi. Yo subo al tren y mi me da -desde el minuto cero, siempre- lo de ponerme los auriculares y darle play a un álbum.
La onda no es subir al tren escuchando música. Nada de eso. Es necesario no tener los cascos puestos antes de que el viaje comience, absorber con todos los sentidos los ruidos y los olores del andén, el ronroneo de la locomotora esperando partir. Después sí, una vez que el pitazo del guarda suena, la locomotora se esfuerza, el maquinista hace silbar a la bestia y las ruedas comienzan a traquetear, ahí sí: saco los auriculares de la mochila, los conecto al walkman, el discman, al spotify, lo que sea que lleve esa madrugada, y le doy play al disco que selecciono para que me saque a pasear esa hora de viaje de una ciudad a otra, con un estado que puede ir de la vigilia total del mirar pasar los álamos por la ventanilla hasta que surgen los suburbios de Neuquén, o el semi-sueño. En ambos casos la música entra por todos lados hasta lo más recóndito de mi espíritu.
Voy a compartir periódicamente algunos de esos discos viajeros en este espacio. Por ahí en algún momento te saquen a pasear a vos también, quién sabe…
Hoy, y para inaugurar este periplo, le toca salir a la cancha a… “Pictured Within” de Jon Lord (1998).
Tras 16 años sin editar ningún disco por fuera de su laburo como tecladista de Deep Purple, el maestro Jon Lord, una pequeña gran bestia formada en conservatorio clásico de música y devenido en rockero experimental consagrado, se encierra en un estudio de la ciudad de Colonia, Alemania, cuna de la cultura musical europea, y graba el mejor disco de su vida.
“Pictured Within”, ¡Qué buen título para un álbum! Quisiera aportarles una linda traducción, así que lo charlé con mis dos amigas traductoras (Nancy y Marina) puede traducirse así, mirá:
“yo lo traduciría como ‘Enmarcados’ porque picture como verbo significa fotografiar, imaginar o describir, y al decir enmarcar abarcás cualquiera de las opciones” (Marina)
“Todo está ahí representado, sí, así. La idea es que caben en ese ‘here’ (aquí) que describe en la letra. Hermosa letra tiene esa canción!” (Nancy)
Te pongo la letra, para que te des una idea de qué va todo esto. Después hablamos dos minutos sobre el disco todo ¿dale?:
Aquí están los amigos
Aquí hay héroes
Aquí hay sol
Aquí hay gris
Aquí está la vida
Aquí el amor yace sangrando
Recuerdos tan confusos
Y sueños que me volvían loco
Aquí abajo
Aquí está el paraíso
Aquí hay brillo
Aquí hay dolor
Aquí hay sonrisas en los ojos
como arcoíris
Mi padre y mi madre
mis hermanas y mi hermano
Enmarcados
Donde hay sombras deformes
por la luz de la luna
Hay dragones que he matado
Y aquí están los ojos brillantes
con el pelo tan dorado
Amanecer y atardecer
y correr libre
Riéndome de la lluvia
Aquí esté el hogar
Aquí esté el viaje
Aquí hay truenos
Aquí hay azul (tristezas)
Y a veces el cielo
y los pensamientos maravillados
El Milagro de los niños
Un poeta y un peregrino
Parientes y amigos
Enmarcados
Perder y ganar
Enmarcados
Bueno. Tenemos música y letra del maestro Jon Lord. Canta con una voz profundamente conmovedora el maestro Miller Anderson, mítico sesionista inglés.
La canción es el ejemplo del disco entero: dulzura melancólica, arreglos extraordinarios. Fineza. Muchas cuerdas, todas ellas escritas con la genialidad propia de quien a sus 20 y pocos años ya había escrito un concierto para grupo de rock y orquesta.
Hay en el disco tanta variedad como belleza, pero siempre expresada en un registro de intimidad, tanto así que no habrá sobresalto que te saque de esa suerte de viaje en ala delta que es escuchar esta placa.
Puntazo extra para Christina Lux, cantante alemana que canta las otras dos canciones del disco. Te saca a dar una vuelta por el universo. El resto son instrumentales. El balance es perfecto.
El álbum dura una hora catorce. Es imposible dejar de escucharlo completo. Por eso bajo del tren, vuelvo a armar mi bici plegable y en vez de subirme a ella e irme hasta el laburo, prefiero caminar escuchando el disco hasta que termine.
Si el manómetro de música viajera marca entre 1 y 10 unidades de viajación, a este disco le pongo un 11.
Aguante Jon Lord.
Aguante lo que emociona.
Aguante todo.
Para escuchar solo la canción que da título al disco:
Para escuchar el disco entero en Spotify:
Nos vemos con otro disco para escuchar en el tren a las seis de la mañana, muy pronto. Pewkalleal!