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Barbi Recanati, la angustia colectiva y el sentido de comunidad con el público

Hace unos días abrimos la compuerta de Suena y empezó a fluir un poco de info y un poco de opinión. Fue el primer artículo de este proyecto que, como expliqué, no solo se va a tratar sobre leernos.

Esta nota es la continuidad de aquella. En marzo de este año Barbi Recanati llegó a Neuquén para presentarse por primera vez en formato “full banda”. El evento se realizó en Mood, en un festival que compartieron con Mi Amigo Invencible, impulsado por la energía de “Tiasma” Martel (SEO del ya histórico bar Morrigan) y la producción de Dani Casado, otro neuquino cazador de utopías imposibles. En pleno show, la cantante hizo una pausa y habló sobre sus preocupaciones y las de su público. Sin sonar arrogante, celebró que comparte con su gente los mismos problemas del día a día. Escucharla me generó la inquietud de preguntarle cómo se siente después de convertir, al menos durante un minuto, un recital de rock en un espacio de reflexión sobre nuestra actualidad. Ya te avisé que esta nota es una continuidad de la anterior. 

“La verdad que yo no pienso mucho que voy a parar el show y que voy a hablar. Es algo que sucede de forma bastante orgánica, y digo que no es así porque a veces te pasa en un concierto, no sé, abriendo para Garbage, o estoy tal vez en otro país y se nota que el público no tiene ningún interés en tener esa conversación y no la tengo. Pero la mayoría de mis shows tienen siempre un espacio de reflexión política, social, que tiene que ver no solamente con un malestar del público que tenemos en común, sino también con que a veces estar arriba de un escenario y tener un micrófono es una oportunidad también”, explicó Barbi.

En marzo pasado el contexto era el de las primeras de muchas manifestaciones de jubilados reclamando por no perder aún más su poder adquisitivo. La respuesta fue una brutal represión en el Congreso llevada a cabo por las fuerzas de seguridad encabezadas por Patricia Bullrich. Cuando no. Pablo Grillo era uno de los tantos fotoperiodistas que cubría la marcha de los jubilados previa a ese recital en Neuquén de Barbi. Pablo hacía tomas de la represión y se convirtió en víctima cuando un cartucho de gas lacrimógeno disparado por uno de los efectivos le dio de lleno en la cabeza. Hoy sigue peleando por su vida.

Ese era el pulso ciudadano en ese momento, y el mismo tufillo se sigue sintiendo hoy. En las mesas familiares se mezclan las preocupaciones. Ya no hay histeria permanente por la inflación insoportable, pero la recesión que aplasta (traducido: la guita que no alcanza) y los signos de pérdidas de derechos laborales, o directamente del trabajo mismo, nos cambiaron los temas principales de la lavada conversación política cotidiana. También hay una percepción en la calle de personas cansadas, intranquilas y con poco o nada de ilusión. Por otro lado llama la atención la decisión de muchas personas de silenciarse, de comerse la mierda y de retomar una postura trendy para salir por las redes con la misma cara, los mismos filtros y los mismos gestos que un influencer de morfi que vive en Estocolmo. En algún punto todavía logran que sea todo lo mismo. 

Barbi admitió, pese a que tiene una posibilidad real de expresarse, que esa experiencia de hacerlo desde el escenario es “un poco asimétrica” porque habla “con la voz amplificada por un micrófono y con la gente está escuchando abajo, expectante”. Lo particular en este caso es que tanto ella como su público se profesan una pertenencia mutua. No es unidireccional, sino que Barbi busca de alguna manera tener esta charla y no exiliarse de lunes a jueves en una fortaleza. No lo hizo en los últimos años en los que nos dio una cátedra histórica sobre el blues y el rock como un invento de mujeres apropiado por el discurso machista; y tampoco cada vez que acaparó los micrófonos de Futuröck para contarnos sus pareceres sobre la escena musical y sobre el país. Menos lo va a hacer ahora.


La genial Ana Tijoux, cuando recién llegó de Francia a Chile y explotó con su agrupación Makiza, compuso en 1999 una canción que se llamó “Un día cualquiera”. Una canción que de alguna manera transmitió lo que nos quiso decir Barbi en Neuquén: perdón, pero acá no hay héroes inalcanzables subidos a un pony primero y a un escenario después. A Ana le piden en medio de la canción que haga “una cuestión más desquiciada” o espectacular. Ana no quiere, solo le interesa disfrutar de otro día banal, relajada y fumada en una plaza. “Este es un día cualquiera y somos igual al común de la gente”, rapeó. Veinticinco años después, Barbi nos planteó que ella también es una laburante, y que tiene derecho a pasar nuestras mismas miserias. Amen.


“Sucede que en el último año y medio, o dos años, yo noto en mi entorno, en mi vida y en mi público una angustia, un miedo muy grande por cosas que exceden lo económico o solo lo laboral. Algo que tiene que ver con el miedo a no poder caminar de la mano con tu pareja por ser gay, el miedo a perder tu medicación como persona trans, el miedo a no poder insertarte laboralmente por ser disidente, y sentir que tenés un espacio de pertenencia en donde sos escuchado”, explicó Barbi sobre dejar por un momento las canciones y darse un respiro para bancarse por lo que pasa afuera del venue de turno.

Son personas que te compraron una entrada, que te están yendo a ver y tienen una reflexión similar a la que vos tenés. Y poder compartir eso para mí es algo como bastante obligado en estos tiempos y me gusta poder hacerlo”, remarcó.

Por último, aclaró que no hay un mensaje explícito como si fuera una proclama, porque incluso cuando ella se dirige a su público en este sentido, se toma el trabajo de conversar. Baja el tono de la exaltación, de la adrenalina que suelen provocar sus canciones, y nos habla como quien además de decir lo que siente, también quiere escuchar con atención las respuestas de su gente. “Cuando vas a un show mío es muy común que haya un espacio en donde se habla de política, no desde la bajada de un slogan como puede ser ‘No a Milei’, o algo por el estilo, sino desde un lugar más reflexivo sobre cómo lidiar como comunidad en estos tiempos”.

Crédito de las fotos: Javier Brusotti (https://www.instagram.com/canibruso.ph)